domingo, 11 de febrero de 2018

Nueva York. Quinto día de la primera quincena de diciembre

El entierro de Michelle fue rápido y sombrío. E.J., haciendo de tripas corazón, resaltó lo positivo de los años compartidos pronunciando unas breves palabras de despedida de la que había sido su esposa, esa misteriosa mujer que enmarcaba el cariño entre focos de alta intensidad, para que él, torpe y despistado, nunca perdiera el rumbo. También agradeció, a las pocas personas que acudieron al sepelio, el detalle de no dejarle solo en tan dolorosas circunstancias. Visiblemente emocionado, les saludó uno por uno, guareció las manos, ya sin tacto y solitarias, entre la leña de los bolsillos, dio media vuelta y, convirtiéndose en un punto invisible del lejano paisaje, se alejó hasta borrar su propia huella. Volcado en la rutina del trabajo, en parte por no querer ver, arrastraba en las ojeras la ausencia de ella, ese doloroso solar con olor a vacío que va dejando quien se va poco a poco.
          Jamás he celebrado el Día de Acción de Gracias’. ‘¿Por qué?’.  No tengo motivos para agradecer y tampoco los he dado’. ‘¿Es que ha de haber algo especial?’. ‘Hombre, no sé, coño. Pero, digo yo que toma y daca debe darse en todo, ¿no?’. ‘¿Has cambiado de opinión con respecto a Thanksgiving Day?’. ‘¿Te he dicho que tengo un nuevo vecino? En realidad, son dos’. ‘Sí. ¿Qué ocurre con él?’. ‘Pues que hace unos días se presentó en casa con Bobby, su perro, y el típico pavo asado con todos los ingredientes y complementos. Tenías que haber visto a Carlota contra el chihuahua a la defensiva −ríe con ganas a la vez que gesticula−, guardando su territorio como gata en celo. Cuando abrí la puerta, Ralph dijo: “¡qué linda se te ve! Mira, como no puedo estar con mi abuelito, que es el más anciano de la familia, porque vive en el condado de Sullivan, en Misuri, he pensado pasar este día tan especial contigo −le guiño el ojo , eres lo más entrañable y viejito que tengo cerca”. Al principio me dieron ganas de tirarme a su cuello y estrangularlo. Después, un gusanillo por dentro me empujaba a consentir’. − Mientras alargo el silencio desdoblo el pañuelo de papel que me sirve de amuleto y lo vuelvo a armar antes de seguir hablando−. ‘¿Cómo definirías esto?’. ‘Me preocupa perder fuelle, ceder espacio en principios que siempre he tenido muy claros: no pasar por el aro, no acatar normas, no caer en la trampa traicionera del sentimentalismo, no mostrar transparencia, que a la larga puede herirte, y no permitir que nadie maneje mis emociones. Sin embargo, esta vez tengo todos los esquemas cambiados, porque, a diferencia de Carlota −nunca me lo perdonará−, me siento cautivada por un instinto desconocido que crece dentro de mí hacia él. Un afán de protegerle y refugiarme a la vez’. ‘Es interesante eso que dices’, −corto a Eric para que no termine la frase−. ‘Me voy, entro a trabajar en hora y media’. ‘Así lo dejamos, pues. Anota cualquier nuevo cambio que experimentes para tratarlo’.¡Vaya viento que se ha levantado…!’. Salgo de consulta, no sé por qué, pensando en la soledad de los cementerios e imagino a mi psicoanalista delante de la tumba de Michelle arrancando la maleza. Recuerdo el camposanto de mi pueblo, y el trajín de ramos de flores preparando el luto de noviembre, a las plañideras en su puesto, a los hipócritas rezando de rodillas, por el qué dirán, y al cura mandándonos a todos al infierno si no nos apartamos de los placeres de la carne. Según he crecido, he ido comprendiendo que el verdadero jugo sabroso de las cosas está en lo prohibido la mayoría de las veces.
          El expresidente Barack Obama es aclamado igual que una estrella de rock a la salida de una cafetería de la Quinta Avenida, en el número 160, a la altura de la calle 21, perteneciente al barrio Flatiron (mismo nombre que uno de los rascacielos más antiguos de la city). Mucha gente del Bronx, Brooklyn, Queens, Harlem, Staten Island…, se sintió esperanzada cuando el primer inquilino de piel oscura en habitar The White House prometió que velaría por los intereses de todos los americanos sin distinción de raza, sexo, religión o status social. Pero nada es lo que parece, y las palabras quedan como dunas imaginarias que desplaza el viento, obligándonos a volver al estado general de la decepción. Padre decía que había que echarle huevos al fusil y no a la mariconada de las urnas. El muy impresentable, que en plena Guerra Civil Española delató a la familia del maestro por comunista. Yo era muy pequeña, pero vi cómo los sacaban de sus casas a golpes, para no volver nunca más. A las pocas semanas se me ocurrió preguntar por ellos y recibí azotes con el matamoscas, se me quitaron las ganas para siempre de interesarme por cualquiera.
          “Nueva York. Quinto día de la primera quincena de diciembre. En cada solsticio padre seguía un mismo ritual con el que renovaba energías: bañarse desnudo en el río, preferiblemente bajo la luz de las estrellas, estuviese el firmamento raso o no. Salía de casa con la muda envuelta en papel de periódico y una garrota a la que él mismo había dado forma y que utilizaba para ocasiones así. A mitad de camino se unía a otros hombres que llevaban el mismo destino. Una vez, mis amigas y yo, jugando al escondite campo a través, casi nos dimos de cara con aquel grupo de personas todas en pelotas, alrededor de un fuego donde asaban chorizos, morcillas y sabrosa carne de caza, bebían vino y fanfarroneaban con la longitud y el diámetro de su hombría, como si lo importante de la vida pasara solo por el sistema métrico decimal. Entonces le vi ahí, de pie derecho, recién salido del agua, con aquello que tanto espantaba a madre colgándole entre las piernas. Buscó las sombras que se movían a lo lejos con el propósito de ponerles cara y montar en cólera, estando a punto de toparse con la mía. Así, de esa guisa, me pareció pequeño y vulgar, repugnante y caduco. Le perdí el respeto como se deja a la intemperie lo que no se quiere conservar. En Burgos, años después, en la otra casa donde estuve sirviendo, el señorito, un joven atractivo con molde de atleta, las noches de luna llena, también acostumbraba a meterse en cueros en su piscina. ¡Eso sí que era un espectáculo digno de ver! Yo me ocupaba de, además de diversas tareas sencillas del hogar, planchar, controlar que no faltase de nada en la despensa y acompañar a la señora a los actos solidarios en los que participaba, por ejemplo, organizando rifas con las que financiaba buena parte de la ayuda destinada a niños huérfanos. Reservaba dos tardes en semana para merendar con sus amigas. Los trillizos, al verme, se enganchaban de mi abrigo y no había forma de quitarlos salvo por la fuerza. A pesar de contar con bastante más libertad y no sufrir acoso, aquella vida no satisfacía las expectativas que había soñado tener. No había planeado consumirme adherida al traje de criada. Era una cuestión de tiempo, lo intuía, sólo había que esperar otra oportunidad para dar el salto. Una mañana encontré al señorito desayunando en la cocina. Se ruborizó y me pidió que le acompañara a realizar unas compras. Fui de mala gana, y a sabiendas de que sería motivo de comidilla para todo el servicio…”.
          A Mr. Harries ya no le quedan fuerzas para recolectar latas y botellas, y llevarlas al centro de reciclaje. Ahora, el matrimonio, depende prácticamente de la solidaridad del vecindario, sin la cual morirían de frío e inanición. Ralph, que les ha tomado gran afecto, se encarga de darles de comer, mientras que al resto nos ha involucrado en un sistema de turnos con el fin de que nunca estén solos. Bobby está muy bien enseñado y también les hace compañía, si nota algo raro ladra en señal de alarma. La otra tarde, a la hora de la siesta, la mujer tropezó con la silla y cayó al suelo, gracias a que él despertó al marido ella pudo levantarse. Yo colaboro a mi manera. He tejido dos mantas cubre sillón y comprado unos dulces, pero que no cuenten conmigo para darles cháchara o pasarme todo un domingo sentada en su saloncito viendo gilipolleces en televisión mientras ellos roncan. Cuando se lo he contado a E.J. me ha dicho que no dejase escapar la oportunidad de trabajar el mundo de las relaciones humanas. ¡Como si el mundo no tuviera nada mejor que hacer que interesarse por mis cosas!          
          Hoy cumpliría madre…, he perdido la cuenta. En Greenpoint, el barrio polaco de Brooklyn, y ubicada en la azotea de una vieja fábrica, disfrutando de las maravillosas vistas del skyline de Manhattan, está Eagle Street Rooftop Farm, que es una granja con todo lo que tiene que tener. A veces, si la melancolía rural empieza a hacer mella dentro de mí, subo para estar en contacto con la naturaleza, retrocedo en el tiempo y soy capaz de oler la mugre de las vacas, visualizar el hocico de los puercos y correr detrás de una liebre, como aquella que me ha traído tan lejos…
          Hay cambio generacional en el supermarket. El dueño, un tipo de esos que pasan por la vida sin pena ni gloria, ha delegado la gerencia del negocio al mayor de sus hijos, grosero y alcohólico, quien, además de tener intención de reducir y renovar la plantilla, le ha puesto sobre la mesa al encargado la carta de despido inmediato. Me veo con el agua al cuello, porque a mi edad es difícil que me contraten en algún sitio. Así que, ya le he dicho a Carlota que nos tenemos que apretar el cinturón y subsistir con lo que cobro de jubilación. Otra alternativa es que me haga paseadora de perros, que es una ocupación que ahora se lleva mucho. No sé… ¡Qué jodía vida!

8 comentarios:

  1. Hola Mayte, seguimos con esta historia y los sucesivos acontecimientos. En verdad como la vida misma, rutina y de vez en cuando..... un golpe que modifica todo, cuidate mucho, un beso fuerte, hasta pronto

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  2. Sostenidos en tu pluma caminamos New York respirando a Brooklyn, Harlem, Bronx, Queens..., que tanto te deben ya.

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  3. Esta historia está llena de rincones luminosos, posiblemente estás dando protagonismo a los corazones por encima de las estructuras de hormigón que dejan a los hombres que las habitan en insignificantes y pequeños seres. Las reflexiones que hace La Paya en la terapia, al final de esta entrega, son impagables. Esto cada domingo se pone más interesante.

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  4. Y por delante de nuestros ojos pasan las historias de tus personajes, se van unos, aparecen otros. El caso es presentarnos diferentes personalidades que, a su vez, encajan perfectamente con el relato para mantenernos aquí.
    No sé yo si Carlota encajará bien con Bobby, hummm....

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  5. Me quedo con ganas de mas,de continuar leyendo las distintas historias que hay dentro del relato. Se me hace muy corto. Besos.

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  6. Que buenas huellas tienen tus historias.

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  7. Antonio Álvarezfebrero 12, 2018

    Tú relato y sus personajes forman un precioso abanico con múltiples y hermosas varillas...
    Gracias ESCRITORA.

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  8. Encantada de leer su historia de New York. Agradezco el paseo al que invita a sus lectores, entre los que me encuentro para siempre. Un saludo desde Buenos Aires

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