domingo, 18 de junio de 2017

Salvador de Bahía

Un fleco apaisado de costa atlántica se despliega frente a mí como un pelo indefinido que atraviesa la brecha del horizonte. En el restaurante Recanto da Lua Cheia −Esquina de la Luna Llena−, ocupo una mesa que parece estar encima de donde las olas se repliegan para volver a su punto de origen. La voz envolvente y acariciadora de Ivete Sangalo, cantante y compositora brasileña, armoniza la espera de los comensales que aguardamos pacientes para degustar la famosa Moqueca de peixe: guiso de pescado elaborado con hortalizas, hojas de cilantro, pimienta malagueta… Mientras llega, y encarpeto las fotos digitales en el dispositivo móvil, me dejo empapar por la solemnidad de una cerveza rubia bien fría. Estoy en Salvador de Bahía pasando algo más de dos semanas: unos  días por trabajo, otros por puro placer. El Ayuntamiento de Toronto, en colaboración con otras alcaldías de ámbito nacional e internacional, ha enviado aquí un comité de personas vinculadas al mundo de la cultura para asistir al festival anual que organiza Olodum, grupo, fundamentalmente percusionista, creador del Samba-Reggae, nacido en 1979 de la inquietud social por extirpar el racismo y sacar a los niños y adolescentes de la miseria, ofreciéndoles un motivo para vivir, reactivando su autoestima, bien a través de la música, o en los talleres de artesanía cuyas obras venden después en la tienda Axé financiando con ello la causa.
          Hoy tengo un tiempito libre. Así que, además de disfrutar del paisaje que acompaña los sabores del almuerzo, he hecho algunas compras por ahí... Remeras, para Mizuki y Keiko, pintadas a mano, poniendo “Brasil Terra de Sonhos” −Brasil Tierra de Sueños−. Para Hiroshi un pescador de pie en canoa china tallado en madera. Y para Naoko un colgante triangular representando a un hombre y a una mujer, en postura amorosa, perfilado con suma delicadeza. Adquirido todo en el Mercado Modelo, edificio de estilo neoclásico construido como un centro de abastecimiento que hoy acoge a comerciantes de todo tipo, convirtiéndolo en un enorme souvenir. Reserva una parte importante de su espacio para manifestaciones artísticas de, por ejemplo, capoeira −arte marcial combinando danza, música y acrobacias−. La segunda planta es para los buenos restaurantes, con vistas a Bahía de Todos los Santos. La primera sensación que tengo al caminar por el recinto es la de percibir el esqueleto de dos continentes, armado con la transigencia de sus pieles mezcladas y la versatilidad de unas raíces encoladas al suelo que les ha visto nacer. Salvador, como la llaman las gentes de aquí, es la sede de la música universal de la humanidad, lo que, de alguna manera, la hermana con La Habana en el fondo de mi corazón…
          En el barrio de El Pelourinho, una mujer entrada en edad, de procedencia afroamericana −la mayoría de esta población es fruto del mestizaje−, vestida con el traje típico de baiana, tiene en la calle un puesto fijo donde ofrece sorbetes de Caipirinha −sin alcohol, solo con azúcar, lima y hielo−, que sirve regalando una cueva por sonrisa al faltarle los cuatro dientes incisivos superiores. Ya me cuento entre sus parroquianos habituales. De conversación fluida, aporta esa visión sencilla y cotidiana de los sitios tan apreciada por el viajero. Descendiente de esclavos negros llegados de África a manos de europeos colonizadores del país, narra su historia con desgarro abanicando la falda a la altura de los tobillos al compás de los tambores. Tras muchos meses de sufrimiento viviendo en condiciones infrahumanas en un sótano bajo el nivel del mar −la humedad tornaba el ambiente irrespirable−, el bisabuelo de la anciana, no así el resto de familiares, se salvó de una muerte segura porque a uno de los carceleros que les vigilaban se le salió el hombro y pedía ayuda en un grito de dolor. El preso, acercándose muy despacio a él, le sostuvo el brazo unos segundos hasta que se lo colocó de un tirón. Eso le sirvió para conservar intacta la vida, pero no indultó las calamidades que pasaría a lo largo de la misma, y que tan solo disfrutó en la recta final cuando comprobó que sus hijos eran personas libres. La mujer se vuelve de espaldas para atender a algunos clientes y yo prometo regresar al día siguiente para beber juntos. Afligido, continúo mi camino y leo un grafiti donde pone lo siguiente: “Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio”. (Paulo Coelho).
          Antes de las cinco de la tarde da comienzo el festival en plena calle. Los alrededores se van llenando de colores vivos y de cuerpos que se mueven al son del ritmo. Me sitúo en un extremo cercano desde el cual observo la perfecta ejecución que inicia Olodum, transmitiendo a cada uno de los presentes lo que verdaderamente son y representan: el espíritu de África. Soy bailarín, sé marcar el paso y dejar que la música me ayude a expresar cuanto llevo dentro, echando a un lado las preocupaciones, aunque solo sea mientras dura la melodía. Pero lo que estoy viviendo aquí es una sensación de libertad en estado puro, que apenas encuentro palabras para describir. Suenan los tambores y no podemos parar de movernos, como si los pies y los brazos ya no nos pertenecieran, como si los glúteos y la barriga fueran cometas buscando la cima de una montaña que a lo mejor custodia el embrión de las cosas, porque todo lo que me rodea en este momento, por pequeño que sea, es motivo de alegría. Miro en torno mío y me dan ganas de abrazar, de besar, de materializar esa cultura crecida que nos empuja a tocar la piel del otro y esas grietas de su textura que tanto dicen de sí…
          El comisario del evento encargado de atender a los invitados VIP venidos de fuera, satisfaciendo la petición hecha por algunos de nosotros, nos acompaña a visitar la parte de favelas. Según nos acercamos, el olor, la luz y la visibilidad cambian completamente. Desde arriba, lo que se ve es un mosaico de estructura no organizada: hueco despejado, chabola levantada con materiales de mala calidad que arrugará el viento o arrastrará el agua torrencial. En un mismo espacio conviven prostitutas, drogadictos, vendedores de crack, mendigos, gente extremadamente pobre que pone al descubierto la gran separación que existe en Salvador entre muy ricos y muy pobres. Y la clase media, a la que pertenecíamos nosotros en Madrid, tiene grandes dificultades para salir adelante. El sistema de enseñanza, a diferencia de otros países, es de pago hasta la entrada a la universidad. De manera que, si no tienes plata, tus hijos se quedan a las puertas, por muy buenos estudiantes que sean.
          João es un chaval inquieto de doce años con vocación de médico. Muy disciplinado en el día a día, asustadizo frente a lo desconocido, cariñoso si tú también lo eres con él y maduro para su edad. Su madre, camarera del hotel donde me hospedo, viuda desde antes de parir, trabaja duro para salir adelante y, con todo y con eso, si paga el colegio no cubre otras necesidades... Al finalizar la jornada el chico espera a su madre sentado en el encintado de la acera. Ella sale, le abraza y besuquea, casi asfixiándole entre sus grandes pechos, mientras que él, muy vergonzoso, mira a ambos lados por si hubiera algún conocido. Esa imagen me enternece y me trae muy cálidos recuerdos. Una de las veces que coincido con ellos les invito a tomar Guaraná −bebida gaseosa− y así poder conversar. Como tantas mujeres que tienen que sobrevivir en un mundo misógino no le ha sido fácil. Pero, aún imaginándonos las dificultades por las que habrá tenido que pasar, el niño ha crecido respetuoso dentro de un entorno limpio de rencor. Cuando nos separamos, reflexiono el testimonio escuchado y pienso en lo generoso que fue el abuelo Miguel con mami, y también en las desahogadas posibilidades económicas que ahora tengo, y que quizá yo podría…
          Por mis venas corre sangre habanera y un vínculo ineludible que me apega al mar como medusa enroscada entre las olas. Recién duchado, y listo para vivir la última velada brasileña, tomo el Elevador Lacerda, que recorre en treinta segundos los 72 metros del acantilado que separa ciudad alta y ciudad baja. Grupos de jóvenes bailando la música que reproducen a todo volumen sus magnetofones, y familias con niños pequeños jugando a pelota, compartiendo bocadillos y refrescos, son claro ejemplo del placer de disfrutar en la playa a la luz de las estrellas, desprendidos de los lujos materiales que esclavizan. Pero en estos momentos que busco tranquilidad, acabo caminando descalzo por Praia do chega nego. A lo lejos se escucha el bullicio que he ido dejando atrás. Recostado sobre una barca de pescadores, cuya red destejida ha quedado huérfana, cierro los ojos y veo el Malecón. En este momento comprendo mucho mejor, observando a estas gentes, la filosofía de vida que tenían los míos. Una muchacha vestida de blanco, de piel tostada y brillante, corriendo en zigzag por la orilla, persigue una cometa intangible. Bien podría ser mami…
          Llego al hotel empapado en sudor y todavía tengo que terminar de hacer la maleta. Junto con la llave de la habitación, me entregan en recepción una nota que alguien del evento ha dejado para mí, por la que me informa de que han quedado mañana alrededor de las diez −no volamos hasta última hora de la tarde−, a la salida del restaurante, para visitar la Casa Museo del escritor Jorge Amado. En ella gestó buena parte de su obra al lado de su inseparable compañera Zélia Gattai, su esposa. También escritora, fotógrafa y memorialista, como le gustaba definirse a sí misma. El inmueble es sencillo, dentro de su elegancia, y dispone de un jardín y piscina. Dentro encontramos su colección de arte, con piezas que fueron adquiriendo en común. Desde cuadros de Picasso a figuras de barro del artesano Mestre Vitalino. Compartieron más de medio siglo de matrimonio, tuvieron dos hijos y una existencia, con una parte en el exilio, fructífera. Las cenizas de ambos descansan ahí, a la sombra de un árbol de mango. Paso los dedos por las teclas de su máquina de escribir y agudizo el oído para que la música de la lengua portuguesa me enamore. Antes de abandonar Salvador de Bahía, le prometo a la madre de João que recibirán noticias mías muy pronto.
          Mizuki ha regañado con el novio y se pasa el tiempo tirada en el sillón de casa, llorando y diciendo que es el ser más desgraciado del mundo. Desde que he vuelto sus padres están mucho más tranquilos, porque saben que se desahoga conmigo. Nos estamos hinchando a ver pelis de dramones y a palomitas. ‘¿Tú crees que le olvidaré algún día?’ −me pregunta−. ‘Claro, cariño. Mi abuela Olivia decía que la mancha de una mora con otra verde se quita’. ‘Ay, tío Andy, cuando te pones intelectual no hay quien te entienda’. ‘¿De qué habláis? Esperadme que no me entero’, grita Keiko desde el cuarto de baño…

10 comentarios:

  1. Otra vez nos vamos de viaje y soy capaz con tu relato de visualizar sitios que no conozco, genial.
    Cada vez estoy más intrigado y expectante con el final.
    Besos

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  2. Estoy igual a cuando en los conciertos presientes que la
    Banda se irá en breve. Aquí como no puedo pedir bises pido el siguiente. Ha madurado tu estilo muchísimo en los
    últimos meses. Besos, nena.

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  3. Antonio Álvarezjunio 18, 2017

    Te superas por día, amiga. Mira lo que estoy pensando: Me encanta mi ciudad y creo conocerla un poco, pero estoy por pedirte que me invites a pasear por ella. Seguro que sería fantástico. La de emociones que me estaré perdiendo...
    Te camelo, ESCRITORA. Te quiero, Mayte.

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  4. La verdad es que yo ya no estoy para muchos viajes, largos sobre todo, pero contigo llego descansada, se me hace corto el camino y no me importa visitar las ciudades nada mas llegar. Con ganas de llegar al próximo destino.

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  5. Me llevas embobada en cada periplo de Eloy. Gracias por escribir así. Un abrazo.

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  6. Japón y ahora Salvador de Bahía, gracias por dejarnos viajar con tu pluma cada día más sabia... Esperando la siguiente entrega...

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  7. Penúltima entrega del relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano, que nos trae el ambiente lleno de color, música, sabores de Salvador de Bahía con el estilo trabajadamente sencillo de la autora.

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  8. Amiga, muy lindo este capítulo en Brasil. Eres toda una maestra de la escritura.
    Besosssss desde La Habana

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  9. Mayte, gracias por lo que escribes, nos haces transportar a otros lugares, a otras culturas y es como si lo vivieramos.
    Un beso muy grande

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  10. Precioso este artículo que nos traslada a Salvador de Baiha. Qué bien describes el lugar, su gente y hasta el olor a mar.
    Abrazos desde Málaga.

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