domingo, 25 de junio de 2017

João

Desde la medianoche han rebajado a la mitad la alerta por huracanes que fue activada hace algo más de una semana. Las imágenes difundidas por la CBC muestran cómo el último sufrido, al tocar tierra, se convierte en tormenta tropical e inunda algunas zonas de la región de Ontario. Lejos, en el silencioso enigma de las sombras, suenan las campanas de una iglesia, o puede que se trate del quejido del viento revocando al golpear contra los muros… Tengo a los japoneses de okupas en casa, andan de obra en la suya y, según sospecha Hiroshi, la cosa va para largo. Pero ya les he dicho que por mi parte no hay problema, al revés, estoy encantado de tenerles cerca. Naoko ya no es la mujer fuerte y dispuesta de antes. El tiempo nos pasa factura a todos, aunque lo importante es permanecer juntos. Las chicas se independizaron hace mucho. Mizuki tiene una niña adoptada que me llama abuelo y una pareja cuya relación está en crisis permanente. Keiko sigue en Boston, desarrollando un proyecto de ingeniería genética en la universidad donde imparte clases. Le va bastante bien y se la nota feliz. Vive por todo lo alto en una mansión de lujo acompañada de su perro caniche y dos tortugas. Yo llevo retirado del baile casi dos años, y por la escuela voy lo menos posible, solamente si me necesitan para algo en concreto. Así que, según dice una amiga nuestra, damos el pego de tres viejitos encantadores jugando a parecer canadienses…
          Ya tengo el diagnóstico de las pruebas que ha pedido el especialista. Y por los síntomas, antes de decírmelo, tal como sospechaba, he heredado la enfermedad de anemia drepanocítica −como sicklemia se conoce en Cuba−, que produce una destrucción de los glóbulos rojos más rápida de lo normal. Comparadas con otras analíticas que conservo de mami, el patrón de la mía muestra claras diferencias. Aun así, confieso que estoy acojonado, porque, a pesar de encontrarme bien, de un tiempo a esta parte noto más cansancio realizando las tareas domésticas. Eso, o que mis compañeros de piso me están acostumbrando muy mal. En cualquiera de los casos, nada que no arregle, según ellos, un auténtico té japonés preparado por nativos. Sin embargo, aun cuando tengo mucho bajón, gracias a mi manera de entender la vida, a la fuerza que saco de no sé dónde, a la esperanza de no irme tan pronto y a la facilidad que tengo para recomponerme, disfruto de los pequeños placeres regalados por ésta: gajos que serán irrepetibles en otra naranja. Además de la maravillosa compañía, Hiroshi se encarga de hacer funcionar todo lo estropeado: el cajón que no cierra, la luz fundida, el váter que no traga, la mecedora desencolada…
          João ha hecho realidad su deseo de convertirse en médico, labor que desarrolla en un hospital público en Río de Janeiro desde hace pocos años. Como ocurre en otros países del mundo, este sector aquí también sufre la masificación y precariedad en los medios, lo que limita a los facultativos a la hora de cumplir con el derecho que toda persona tiene a ser atendido. Mantuvo una relación eventual −ninguno quiso ir más allá− con la jefa de pediatría del centro. Ahora, cuando coinciden por los pasillos y el vello se les eriza, agachan la cabeza para no demostrar que se echan de menos. En el tiempo libre que le queda, amplía los conocimientos, porque tiene como objetivo marcharse a otro hospital, privado en este caso. Vive en el barrio de Maracaná, cerca de Rue Senador Furtado, en una casa individual de dos plantas, recién remodelada, y un sótano enorme donde ha montado su propia sala de cine. Pero el trayecto hasta llegar donde ahora está, no resultó un camino pausado, ni de rosas…
          El chico amanecía cada mañana empapado en sudor, y con la incertidumbre impregnada en la piel de haber podido mojar la cama, pensando que el tipo enclenque, con poses de bailarín amanerado, se echara para atrás enviando el ingreso mensual que financiaba sus estudios. “Debajo del puente, en el río,/hay un mundo de gente,/abajo, en el río, en el puente./Y arriba del puente/la calle, el colegio,/los niños, los gritos,/te vas sin un beso…/Arriba del puente…/Abajo, en el río… (Pedro Guerra)”. Sin embargo, cumplí la promesa rigurosamente hasta que terminó la Vestibular −equivalente a la Selectividad en España−, ya que, a partir de ahí, la formación académica es gratuita. Se trasladó a la Universidad de São Paulo, donde continuó su buena racha de obtener unas notas excelentes, lo que le ha colocado siempre entre los primeros de su promoción, dando así sentido, sin lugar a dudas, a los esfuerzos hechos, no solo por su parte, también por la de su madre, que ha sacrificado, para que él fuera feliz, el deseo de permanecer juntos y verle establecido en Salvador de Bahía, colmándola de nietos tirando de su falda como hiciera de niño cuando le pedía un helado bahiano. Todas las veces que hablábamos por teléfono, le repetía hasta la saciedad que en el aspecto económico aquello para mí no suponía ningún esfuerzo. Las cosas me iban bien, y ganaba más dinero del que podría haber gastado aun derrochándolo. Pero, en ese sentido, por mucho hincapié que hacía para tranquilizarle, João vivía permanentemente en el desafío de la cuerda floja.
          A punto de finalizar el curso en la escuela, con un enjambre de alumnos ensayando histéricos y profesores malhumorados evaluando a destajo, agravado el ambiente por el caos provocado tras la repentina destitución del director y su equipo de confianza, lo dejé todo empantanado y corrí al aeropuerto para llegar a tiempo a la graduación de mi protegido, en un viaje relámpago que no olvidaré por dos razones: la entrañable y festiva ceremonia, y la consolidación del cariño que, por encima de la distancia, había crecido en nosotros. Reservé una mesa para tres en el mejor restaurante latino de São Paulo. Acudió sólo él. La madre, que arrastraba de siempre un fortísimo complejo de inferioridad, se mantenía al margen y alejada de todo tipo de vida social. Gesto que agradecí, y que fue, ahora lo entiendo, muy generoso, porque me dio la posibilidad de conocerle más a fondo. João bebía agua compulsivamente para refrescar la garganta. ‘Nunca podré agradecerle todo cuanto ha hecho por mí, señor’, −rompió el hielo−. ‘No tienes por qué. Ha sido un placer. Llámame Andy, mijito…’. Sonrió tímidamente. Y, al fin, consiguió relajarse, lo que contribuyó a que tuviéramos una agradable cena.
          Durante los años de carrera había continuado enviando pequeñas cantidades de dinero, incluso simbólicas, para cubrir sus gastos de manutención y alojamiento. Posteriormente, cuando él ya manejaba su propia plata, en una de las múltiples visitas que me hizo a Toronto, quiso devolver uno a uno cada dólar invertido en su persona. Una vez, sentados en el sofá de casa, tras marcharse Hiroshi y Naoko a la suya, João sacó de la cartera un cheque del Banco de Brasil que extendió a mi nombre. Miré el rectángulo de papel con recelo. Guardé silencio unos minutos que parecieron interminables, y fui al dormitorio en busca de un pedazo de biografía. ‘Ésta de aquí, la de los dientes grandes y sonrisa blanca como la nieve, es Mirta −dije, señalándola en la foto−. No la conocí personalmente, ya no vivía cuando fuimos a La Habana, pero, por lo que me contaron, tenía la habilidad de ayudarte a valorar lo insignificante. Los dos grandullones del fondo, sobrados de cariño el uno para el otro, son mis abuelos Eloy y Miguel. Juntos formaron una gran familia, aunque no numerosa, y tuvieron el don de dejar muy alto el concepto de amistad. Mira mami, mijito, ¡qué jovencita y qué guapa!, conmigo en brazos, y la Puerta de Alcalá al fondo, sobre los tejados plomizos y vigilantes de Madrid. Tiene que estar por aquí escondida, espera… A ver… Sí, es él: te presento a Hari Babu, el filósofo de todos nosotros…’. Él me observaba con disimulo y muy atento. Entonces, rompió el talón y dejó los pedazos amontonados en la mesa. Desde ese día no le he vuelto a ver, y las llamadas comienzan a ser bastante espaciosas…
          Nunca hice las cosas para que me lo agradeciera, tampoco por lástima, ni por compromiso. Era una cuestión interna muy mía, algo que siempre percibí en mi gente, y que no va más allá de entender que, si se tiene la posibilidad de brindar oportunidades, hay que hacerlo: así crecemos todos. Ahora que no trabajo, y que las horas resultan a veces tediosas, me paso los días en internet buscando noticias suyas. Estoy seguro de que en algún momento pensará en mí. También de que habrá triunfado personal y profesionalmente, consiguiendo la admiración y el respeto de sus colegas. Me hubiera gustado estar más unidos y no perder el contacto. Contarle que estoy enfermo y asustado, y conocer su diagnóstico. Saber qué proyectos tiene a corto, medio y largo plazo. Pero respeto, como no puede ser de otra manera, su decisión de alejarse… ‘Abuelo’. ‘Dime, amor’. ‘Bébete un traguito de mi jarabe para la tos, verás cómo te pones bueno’ −dice la hija de Mizuki. Y su madre, que no escucha bien, grita desde la otra punta−: ‘Niña, no seas pesada… Tío Andy, en cuanto te pongas bueno nos vamos los dos al Pelourinho a vibrar al ritmo de los tambores. ¿Quieres…?’.

13 comentarios:

  1. No he podido evitar alguna tranquila lágrima, no se bien si por la belleza nostálgica del relato o por saber q el encadenado va llegando a su fin...

    ResponderEliminar
  2. A mí también se me ha escapado el moco, pero conociéndote seguro que estás preparando algo grande para la siguiente temporada. Un besos, nena.

    ResponderEliminar
  3. Mayte, hoy me he emocionado mucho con tu relato y siento que va llegando a su fin.
    Eres la mejor, con tu escritura llegas al corazon del que lo lee.
    Un beso grande

    ResponderEliminar
  4. Esto no se hace, acabar así, aunque estuviese anunciado, no tiene nombre. Este final merece un epílogo digno de lo que nos ha traído hasta aquí. Muchas gracias por este viaje que nos has regalado. Besos.

    ResponderEliminar
  5. Esto de dejarnos con el lagrimón no se yo si te lo voy a perdonar. Tocas todas las teclas de las emociones. Gracias.

    ResponderEliminar
  6. Me has consolado, de algunos pesares. Ver como se alejan aquellos a los que  ayudamos: sin esperar nada más que cariño. La rueda de la vida es así. Gracias.

    ResponderEliminar
  7. Miguel Ángeljunio 25, 2017

    Sólo un detalle: la metáfora de "...gajos que serían imposibles en otra naranja...". ¡Cuántas sabiduría! Un beso, y... hasta el final de la historia.

    ResponderEliminar
  8. La penúltima entrega del relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano. Han pasado los años y Andy se prolonga en una nueva vida, la del joven bahiano João, cuya protección le ha permitido estudiar... La vida, contada con maestría.

    ResponderEliminar
  9. Antonio Álvarezjunio 26, 2017

    Impotente para ordenar las emociones despertadas. Recuerdo una frase que creía olvidada: "... Dad palabra al dolor, el dolor que no habla gime en el corazón hasta romperlo". No quiero esperar a que esto acabe para expresarte mi agradecimiento por los momentos compartidos, llenos de sueños y anhelos, secretos, risas y lágrimas y, sobre todo, por tu cercanía.
    Permíteme que pose mis labios en tu mejilla, estrechar tus manos entre las mías y, decirte desde el corazón: Amiga Mayte, te quiero.

    ResponderEliminar
  10. Qué preciosidad, una joya entre otras muchas que escribes.

    ResponderEliminar
  11. Muy bonito, siempre mezclas de manera genial, la nostalgia, la tristeza y la alegría en relatos como este, llenos de realidad. Espero el final impaciente un beso.

    ResponderEliminar
  12. Acabo de leer el último de tus relatos enviado ayer. Creo que es una lección de humanidad y solidaridad. Te felicito amiga, me has hecho llorar.

    ResponderEliminar
  13. Cala hondo la cultura brasileña. Más la de Salvador de Bahía. Cómo me gustaría terminar de leer tu relato y encontrarme allí..."en cuanto te pongas bueno nos vamos los dos al Pelourinho a vibrar al ritmo de los tambores" Genial.
    Fuerte abrazo desde Málaga

    ResponderEliminar