domingo, 21 de mayo de 2017

El latido de las cataratas

Noto por la respiración que Bean sigue durmiendo profundamente. Anoche llegó tarde del trabajo y tuve que ponerle pomada muscular en las lumbares. Así que procuro no hacer ruido al coger el abrigo, los guantes y el gorro del armario. Antes de abandonar el dormitorio, empujado por uno de esos arrebatos de ternura que a veces nos dan a las personas, me pongo a la altura de la cabecera de la cama, con la amorosa intención de apartarle de la frente un mechón de pelo rizado que le cae en cascada. Pero, retraído por la frialdad que últimamente está teniendo, aquieto la espontaneidad de la mano y prefiero marcharme. Claro que, es justo decir que mis salidas de tono también son para echarme de comer aparte. Naoko espera sonriente fuera del carro con el maletero abierto por si tengo que meter el equipo de fotografía y la mochila. Todavía no conozco las Cataratas del Niágara, y qué mejor manera de hacerlo que con ella, aprovechando asimismo que las niñas y su padre asisten a un campeonato de curling, y que mi novio nunca nos acompañaría porque sufre de vértigos. Tenemos algo menos de dos horas de trayecto, un tiempo precioso de conversación confidente…
          ¿Van mejor las cosas entre vosotros, Andy? ¿Estáis poniendo cada uno de vuestra parte?’, −dice, mientras da un volantazo para mantenerse a la izquierda en la bifurcación y continuar por Queen Elizabeth Way−. ‘¡Qué va, mijita!, −me doy cuenta que según cumplo años uso más expresiones habituales en mami−. Estoy harto de ser yo quien da siempre el primer paso. A veces pienso que vivo con un extraño’. −Mostrando una cortina de lluvia que quita brillo a la simpatía de sus ojos, gira un poco la cabeza hacia mí y la escucho−. ‘Te comprendo, amigo. Pero todo depende del interés que os mueva a resolver el asunto. Opino que seguir así no compensa: por desgaste, por sufrimiento y porque sin duda la relación y el cariño empeoran… ¿No crees?’. −Me quedo unos minutos pensativo. Sé que lleva razón, pero dentro de mí es como si la batalla ya la tuviera perdida−. ‘A ver si organizo una cena romántica y hablamos. Es una lástima, la verdad, que todo lo que soñamos juntos se vaya al traste. Son los malditos celos que le matan…’. −Ríe a carcajadas y pregunta−. ‘Uy, ¿y de quién, si puede saberse?’. ‘De ti’. −Aquí sí que le ha dado la risa floja−. ‘Pero si soy inofensiva’. −Nos carcajeamos.
          Naoko, nunca me has contado por qué os vinisteis de Japón. ¿Cómo fue? ¿Hace mucho?’. −Tengo la sensación de haber hecho preguntas desafortunadas, porque se pone muy triste−. ‘Hiroshi nació en la isla de Awaji, en la prefectura de Hyōgo, en el oriente del mar interior de Seto. Y yo en Kobe, al sur de la isla de Honshū. Desde que se juntaron su camino y el mío en el festival de jazz, presionadas por los prejuicios debido a nuestras diferentes clases sociales, las familias hicieron todo lo posible por alejarnos, sin comprender que así lo único que conseguían era trenzar más el deseo de estar juntos. Con el fin de que el olvido fuera menos traumático, me mandaron a Australia con las tías de mi padre, que residían allí desde jovencitas. Nos escribíamos cartas de amor a través de una amiga que se prestó voluntaria al juego y, para no levantar sospechas, aparenté bastante desinterés hacia aquel hombre. Al día siguiente de regresar, incorporada al empleo tras un año sabático, desde la boca profunda de un portal caliente y apasionado, empezamos a urdir la marcha que tardaría en llegar dos años después. Desde entonces estamos aquí, hemos vuelto solo en una ocasión, y tenemos intención de repetir este verano, más que nada para que las niñas conozcan aquello. Pero, ya veremos…’. Respeto los minutos de silencio que preceden hasta llegar, y me pongo a mirar por la ventanilla.
          Desde el puente Rainbow, que cruza el río Niágara, las vistas son impresionantes. Las panorámicas de las tres cataratas −la canadiense Herradura de Caballo, la estadounidense y Velo de Novia, la más pequeña− dejan al visitante fascinado ante su magnitud, maravilloso regalo de la Naturaleza. Presentando el pasaporte en vigor o el carné de conducir electrónico, se puede atravesar caminando de una a otra frontera. Dudamos un poco si hacerlo o no, pero preferimos dejar esa posibilidad, y la de observarlas desde el mirador Journey Behind the Fall, quizá para más adelante, por si viniéramos todos. Es bellísima la vista al anochecer, cuando son iluminadas por las luces de gigantescos cañones de colores.  Estar allí, en el corazón de la cascada, salpicándonos la potencia del agua como si nos fuera a arrastrar abismo abajo y entendiendo que somos seres privilegiados por tener la suerte de disfrutar de algo así, reabrió el diálogo iniciado por Naoko, quien no podía disimular la sombra de nostalgia que envolvía sus recuerdos. Aún hoy, hablar de su madre en concreto −lo sé porque en la comisura de los labios se le ciñe un recogido de amargura− le causa dolor. Posiblemente porque una de las muchas barreras que ha tenido que derribar de la cultura japonesa es la de la de compartir las inquietudes con los demás…
          Hiroshi y yo vinimos a trabajar a la filial que suministra al continente europeo la maquinaria agrícola que se hace en la sede central en Kobe, donde desempeñábamos puestos destacados en el departamento de administración −cuenta, mientras recorremos una avenida situada al borde del río Niágara, único por venir del sistema de los Grandes Lagos−. Cuando nuestro jefe más directo nos propuso el traslado, estando al corriente de las complicadas circunstancias personales que tanto nos hacían sufrir, vimos la vía de escape perfecta para cortar de raíz la desagradable situación. Los míos utilizaban todo tipo de estrategias para persuadirme, pero yo tenía las cosas muy claras, y acabé de guardar, con las entrañas partidas, las últimas prendas en la maleta. Se bajaron del taxi el conductor, para colocar el equipaje, y mi pareja, a abrazarme. Nadie nos despidió en el aeropuerto −qué distinto al caso de mami, pensé−. Días después recibí una llamada de mi hermano mayor sugiriendo que me olvidara de ellos, que no contase en el futuro con mi parte de herencia, y, por supuesto, que no se me ocurriera aparecer con los mocos colgando, arrepentida y preñada. Canadá nos gustó mucho desde el primer momento, y decidimos establecernos aprovechando la oportunidad de cambiar de compañía. Así, hasta llegar donde estamos’.  −Se calla angustiada: recordar le presiona la congoja−.
          De nuevo en el carro, tras haber almorzado unos sándwiches de peamel −bacón loncheado muy fino, encurtido y enrollado en harina de maíz−, vamos hacia el canal Welland, con la simple intención de mirar barcos. Ahí me dejo llevar imaginando que alguna de las embarcaciones tomaría rumbo a La Habana, donde el abuelo Eloy, asomado al horizonte y agitando las manos repetidas veces, esperaría impaciente mojándose con saliva el labio inferior, casi abrasado del humo del tabaco. Puede que otras se dirigieran al norte español, concretamente a la costa asturiana, para recoger a Miguel y Olivia que, tumbados en hamacas de playa, navegan sin moverse cogidos del brazo por el cauce de la vida… “Contigo traes, a tu costado atado,/el mar de ancho pulmón y duro acento,/y a la húmeda sombra del costado/el río soñador y soñoliento” (Pedro Garfias). Naoko tararea una canción de cuna japonesa en la que una madre pide al niño que se duerma por favor… ‘Hiroshi, solo por ser pobre, no merecía el desprecio de mi familia. La suya tampoco se quedó atrás. El padre nunca le perdonó que se viniera conmigo y no continuara la tradición de cultivar los campos, casarse con una mujer de igual clase, dedicada a él, tener muchos hijos y acatar las normas… Pero su perfil siempre fue diferente… Vivir en América ha contribuido a occidentalizar nuestras costumbres y, aunque adaptarse lleva su tiempo, hemos procurado expresar normalidad en todo, con la suerte de que Mizuki y Keiko barnizan de felicidad nuestra madera envejecida’.
          Hacemos el regreso más distendido. Nos hemos quedado con ganas de ir a la Isla de Cabra, deshabitada y situada en el mismo centro de las cataratas, en el río Niágara. Es boscosa y tiene caminos para practicar senderismo. Ahí también se puede visitar el monumento al inventor serbio-americano Nikola Tesla, quien destacó por descubrir la corriente alterna y la “terapia mecánica”, −se utiliza habitualmente en medicina y fisioterapia−. ‘¿Vas bien, mijita?’. ‘Estupenda, amigo. Hablar contigo me ha venido de lo mejor. ¿Y tú qué piensas hacer respecto a lo de Bean?’. ‘Llevármelo de viaje a Cuba…’. Las luces de la autopista estampan contra el arcén irregular diapositivas de nuestro rostro: planos sonrientes y nostálgicos que trazan en los márgenes autobiográficos estados de ánimo cambiantes. Naoko va relajada y yo medio dormido. Ha sido un día interesante y desde luego intenso. Apenas encontramos tráfico, lo que se agradece. Queremos llegar pronto, mañana empieza la rutina. Selecciono la emisora de radio Air Toronto, donde dan música instrumental, y le cuento un poco por encima cómo será la coreografía que preparo con los alumnos para una fiesta organizada por la escuela, y a la que invitaré a mis amigos.
          Mantengo la esperanza de encontrar a Bean despierto, y bajo las escaleras ansioso por contarle la propuesta de viaje que llevo en la mochila, junto a una botella de icewine −vino de hielo−, para meter en la nevera y tomarlo muy frío. Haber estado tantas horas fuera de casa, además del placer de haber compartido momentos con Naoko, me ha servido para valorar a quien duerme a mi lado. El ruido de fondo de un partido de béisbol que dan por televisión amortigua el portazo de la puerta, que se me ha escapado por la corriente. Mi compañero está sentado en el sillón, de espaldas a la entrada. Me acerco y le abrazo por detrás. Noto fastidio y olor a cerveza. Ni se conmueve. Entonces, doy la vuelta para mirarle de frente y digo: ‘¿Qué te parece si ahora en vacaciones nos vamos a…?’. Pero no puedo acabar, porque me interrumpe secamente con el anuncio de que se va unas semanas a Bath, a ver a su padre, y que hablaremos al regreso…

10 comentarios:

  1. Otra vez conociendo lugares que ni en sueños podría llegar a ver, porque los veo sí. Otra vez metiéndonos en la piel de otras personas y sufriendo con ellas la incomprensión y la incertidumbre. Y teniendo la habilidad de dejarnos aquí pendientes de lo que sucederá con la relación de Andy con Bean. Muchas gracias.

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  2. Empezamos con Miguel y Olivia viajando en este relato, y aquí seguimos de estación en estación esperando que llegue la próxima. Gracias

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  3. Conozco muy bien el lugar que describes, lo haces con inteligencia y sensibilidad, llevando al lector hasta dónde quieres que se pare. Tú no pares de escribir, nena. Te felicito y me quito el sombrero ante ti. Besos

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  4. Hoy si que lo dejas con intriga...., genial. Felicidades un beso.

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  5. Décima entrega del relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano. Habrá que esperar un mes para conocer el desenlace provisional de las penas de amor de Andy y la continuación de la vida...

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  6. La noria de la vida da otra vuelta y lo que parece solido se tambalea. Preciosa descripción de este viaje,donde estos amigos, se consuelan mutuamente. Espero que Andy recupere a su amor .

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  7. Antonio Álvarezmayo 23, 2017

    ¡Cómo me manejas! Qué habilidad para "bombardearme" de emociones, identificarme con tus personajes, relajarme el espíritu con tus versos y paisajes... "... trenzar el deseo de estar juntos...", "...barnizan de felicidad nuestra madera envejecida...". ¡Eres especial, Mayte! Te camelo.

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  8. Describes con maestría los diferentes estados de ánimo y los sentimientos más profundos de los personajes de tu relato, sin dejar de ver al fondo, los bellos paisajes canadienses. Genial como siempre, Mayte. Abrazos desde Málaga.

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  9. Hola, Mayte.
    Hoy por fin he podido acabar tus relatos, que bonito escribes es como si estuvieramos viviendolo.
    Y al final nos dejas con la intriga......

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  10. Mayte, genial esta nueva entrega tuya, la de Andy con su amiga en las cataratas. Sintiéndome tan mal como me siento ahora físicamente, he seguido desde el principio hasta el fin tu narración. Y eso solo se puede lograr cuando se escribe bien, sencillo y con elegancia y prestancia.

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